No hubo lágrimas, ni  coros, ni la petición insistente de otra pieza musical. Pero sí una ovación unánime, de pie, por varios minutos. Así despidió el público el concierto académico que la Orquesta Sinfónica de Guayaquil, dirigida por el maestro Davit Harutyunyan, ofreció el pasado lunes en el Palau de la Música Catalana, en Barcelona, prestigiosa sala que esa noche acogió a la delegación ecuatoriana.

Fue la tercera presentación de la gira que realiza por Europa la agrupación guayaquileña y la primera de corte clásico. En las dos anteriores, que se realizaron en Madrid y Murcia, respectivamente, brindó el programa Jaramillo sinfónico.

“Queríamos demostrar que en Ecuador también se puede tocar un repertorio académico. Ha sido una experiencia vivificante, de mucha felicidad”, dijo la violinista Elisa Villavicencio, integrante de la orquesta, tras culminar este concierto, que llevó a que el cónsul de Filipinas en Barcelona, Eduardo José de Vega, dijera: “He ido a presentaciones de muchas orquestas en el mundo entero y  puedo asegurar que esta es de las mejores. Me pregunto por qué no ha alcanzado todavía la fama que se merece”.

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Para Barcelona, la Sinfónica escogió un repertorio integrado por el Ballet Aborigen, obra del compositor ecuatoriano Luis Humberto Salgado, con la cual inauguró la presentación; el Concierto para violonchelo y orquesta del compositor inglés Edward Elgar, que tuvo como solista al músico español Damián Martínez; y la Quinta Sinfonía, del ruso Pyotr Tchaikovsky. Cuatro músicos españoles (tres cornistas y un fagotista) se sumaron a la agrupación. Fueron contratados en reemplazo de los instrumentistas de la orquesta (tres cubanos y una rusa) que no pudieron obtener la visa para la gira.

“El Jaramillo Sinfónico es emocionante porque con él llegamos a todos nuestros compatriotas, pero el concierto académico nos da otro tipo de emoción. Nos da una emoción más a nivel profesional. El otro es más de corazón de patria”, dijo el flautista Leonardo León.

Juan Castro y Velázquez, miembro de la Junta Directiva de la Sinfónica, fue el encargado de ofrecer las palabras de bienvenida al público que copó el Palau de la Música Catalana, y que vibró con la interpretación que realizó la agrupación. Castro a la vez ofreció disculpas porque no pudieron entregar el programa de mano, como se estila en estos casos.

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En el teatro hubo un público diverso: españoles, ecuatorianos, latinoamericanos. Artistas y también gente que por primera vez se acercó a la experiencia de la música sinfónica, como Verónica Bermúdez, una guayaquileña residente en Barcelona que acudió al concierto porque su cuñado, el percusionista Xavier López, tocaba esa noche. “Vine con mi esposo y mis niños, que querían escuchar al tío. Experimenté una sensación que no la puedo explicar, pero que me ha gustado”, refirió.

“En la primera parte, la obra de Salgado, que fue muy local, me ha encantado. Es bueno descubrir nuevas piezas. Me pareció fantástica”, dijo Hermes Luppi, fotógrafo ecuatoriano residente en España. Otra entusiasta con el concierto fue María Elena Porras, cónsul del Ecuador en Barcelona, encargada de asuntos culturales. “Siendo yo serrana, me siento orgullosísima de estos músicos guayaquileños que nos han hecho quedar tan bien”, anotó.

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Entre los asistentes estaba el pintor ecuatoriano residente en España, Rafael Díaz, quien llegó al lugar acompañado de un grupo de pintores. Uno de ellos, Pujol Grau: “Es un conjunto que no conocía, pero que me ha parecido soberbio por los matices. Yo comparo la música con la pintura, no por los sonidos, sino por los matices”.

El maestro Davit Harutyunyan resumió la labor de la orquesta así: “Estos músicos son unos genios. Yo no sé cuál es mejor que el otro”. Y el violinista Jorge Saade, miembro de la Junta Directiva de la Sinfónica, añadió: “la orquesta tiene un nivel internacional. Ese Tchaikovsky fue impecable”.

El de Barcelona es el único concierto académico que ofrecerá la  Sinfónica en su gira. Anoche tenía previsto tocar en Milán, Italia, el programa  Jaramillo Sinfónico, que también está agendado para Génova, este 31 de enero.