En medio de la tristeza generalizada en Brasil, una mujer encontró motivos para alegrarse: Tereza Borba, la hija adoptiva del exarquero Moacir Barbosa, muerto en 2000 sin el perdón de sus compatriotas por haber encajado el gol de Alcides Ghiggia que selló el triunfo uruguayo por 2-1 en el Maracaná en 1950.

“Esto (la goleada 1-7) sirvió para demostrar el valor de mi padre. Era un excelente arquero y fue víctima de una gran injusticia. No recibía un salario alto, no tenía psicólogo y pese a ello fue subcampeón. Estos jugadores no lograron ni siquiera eso”, dijo la mujer.

Nadie quería ser el nuevo Barbosa, pero el martes nadie lo pudo evitar. Comenzando por el entrenador Luiz Felipe Scolari, quien asumió la responsabilidad del desastre y reconoció que ya no se lo recordará como el comandante de la campaña del pentacampeonato en Corea-Japón 2002.

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En ese ambiente de luto, los integrantes de la seleçao volvieron a entrenar para el partido que nadie quiere jugar: el que definirá el tercer y cuarto puestos del Mundial.