Durante la pandemia del COVID-19, científicos de todo el mundo se han volcado en el desarrollo de vacunas para frenar la inmunización y así evitar el colapso de centros hospitalarios por aumento de los contagios de la enfermedad.

Generalmente la elaboración de una vacuna toma varios años de desarrollo, sin embargo, por los esfuerzos volcados se ha logrado en menos de 12 meses aunque aún faltan pruebas a largo plazo que determinen la capacidad neutralizante.

Las vacunas de ARN mensajero, que desarrollaron Pfizer y Moderna, han tomado la delantera en recibir autorizaciones para su uso de emergencia también demandan una logística que no se había empleado antes en muchos países del mundo.

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El objetivo de las vacunas es crear en el individuo una respuesta inmunitaria que le permita protegerse de una infección de la enfermedad. A diferencia de las vacunas tradicionales, las de ARN Mensajero se inserta una parte del código genético que les permitirá a las células crear la proteína que estimulará el sistema inmune, describe el portal ABC.

Uno de los mitos que rondan con este tipo de vacuna es que modificará el genoma del ser humano. Lo cual ha sido desmentido por especialistas para evitar el temor de la ciudadanía y la difusión de ideas erróneas.

Según se ha explicado, la molécula que tiene el ARN mensajero es muy frágil y que permanecerá en un lapso corto de tiempo en la célula por lo que no podrá modificar el genoma sino que podrá cumplir su función de producir la proteína que enfrentará al virus y desaparecer.

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Además se ha referido que el ARN mensajero se queda en la membrana de la célula y no en el núcleo que contiene el ADN.

Una de las ventajas de este tipo de vacunas es la producción a gran escala que se pudo desarrollar lo que permitió que se tenga millones de dosis disponibles a finales del 2020 para comenzar con la vacunación en varios países. (I)