Me enteré de su reciente apertura por una publicación en Instagram; me parecía arriesgado que nuevos inversionistas se lanzaran a poner un restaurante de comida ecuatoriana sabiendo que hay una gran cantidad de lugares que ofrecen nuestros platos con buen sabor y a precios razonables. Pero me llamó la atención el concepto integral que propone Central 593, así que los visitamos en la Plaza Orellana.

Central 593 pretende ser una estación de ferrocarril mágica en la que a través de un viaje culinario nos recuerdan las leyendas urbanas de diferentes zonas del Ecuador. En una pared está el velo de la Dama Tapada, por otro lado el sombrero del Tin Tin y hasta tienen el ladrillo que escondió el indígena Cantuña. Todo se suma a una decoración en la que al sentarnos a la mesa sentimos que esperábamos la salida de nuestro tren.

El mesero con uniforme de ferrocarrilero nos entregó el menú y pedimos nuestras entradas, la primera fue una trilogía compuesta de mariscos y pescado. Pulpo en salsa de olivo, perfecto en punto de cocción, delicado de textura y con la cantidad de salsa que permitía disfrutar del sabor de cada tentáculo. Camarones encocados, una fritura bien lograda que dejó crujiente al coco rayado y por dentro tierno el marisco. Y tiradito de corvina, que nos parece debe mejorar porque más parecía un ceviche al que le faltaba la cebolla. Generosas porciones servidas en unas cacerolitas que compartimos entre todos.

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Para probar esa vieja teoría que dice que cada uno tiene su propia receta casera de un plato típico y que difícilmente es reproducible en un restaurante, pedimos locro de papas.

Esta vez fue la excepción, la sopa servida en vasija de barro para que conserve el calor desde la primera hasta la última cucharada, nos hizo recordar el sabor y la textura del que hacían en casa de los Zonn, delicioso.

Mientras escuchábamos el sonido de un tren pasando, llegó a la mesa algo curioso que habíamos visto al inicio en la carta, los chuchis. Según nos dijeron son la versión de un rollo de sushi pero con los platos ecuatorianos. Los tienen de seco de pollo o chivo, moros con carne, de mariscos y pescado encocado. Probamos dos alternativas y pensamos que la idea no funciona, lo que hacen es darle forma de rollo a una receta de arroz con una proteína. No es que su sabor sea malo, es que son rollos demasiado grandes, se desbaratan con facilidad y lo que buscaban fuera algo muy creativo termina siendo una presentación poco práctica.

Del horno de leña que nos promocionó con mucho entusiasmo el mesero pedimos el típico hornado, con mote sucio y salsa de cebolla. Buen plato, la carne tenía la grasa justa para dar felicidad y el aroma típico que toma luego de pasar algunas horas encerrada entre las brasas. Una porción bien generosa de la que todos tuvimos la oportunidad de “cucharear” y no quedarnos con las ganas.

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Nos vamos contentos porque la experiencia fue agradable, nos gusta mucho cuando no solo se disfruta de una buena comida sino que además se vive un momento en donde todos los sentidos participan. Nuestra cuenta incluyendo cuatro cervezas, impuestos y la propina, merecida por la buena atención fue de $ 59, nada mal para cuatro personas. (O)