Por lo general, cuando hablamos de depresión nos referimos a un estado de decaimiento, abulia, desesperanza e incapacidad para enfrentarnos a un problema que nos causa un profundo estrés mental. Este colapso de nuestra claridad mental nos hace sentir indefensos ante lo que experimentamos como una tormenta emocional que nos aplasta moralmente, y en casos extremos nos hace sentir en un callejón sin salida.

Esta reacción, denominada episodio depresivo profundo, puede durar varios días o varias semanas (y repetirse luego de aparentes periodos de estabilidad), limitando considerablemente el bienestar y libertad de acción de un individuo que se siente desorientado y con su esquema de vida desconfigurado.

En estas circunstancias, al darnos cuenta de que no tenemos control sobre el problema, buscamos ayuda de alguien cercano, que termina aconsejándonos hablar con un profesional, o tomar un medicamento antidepresivo que le hizo bien a él o a un conocido en una situación similar.

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Aparentemente son dos sugerencias prudentes, pero la segunda podría traer consecuencias severas si la depresión del individuo es parte de una manifestación maniaco-depresiva, llamada bipolaridad II, en la que la fase maniaca, o agitada, no es tan intensa como la fase depresiva, que es más profunda, más agresiva y más frecuente.

En este caso se corre el riesgo de que el medicamento antidepresivo “dispare” o exacerbe la reacción maniaca, complicando peligrosamente su cuadro. Se denomina bipolaridad I cuando la parte maniaca del ciclo predomina considerablemente sobre la fase depresiva.

La bipolaridad es una enfermedad mental crónica cuyo control se logra mediante la aplicación profesional de fármacos reguladores del estado de ánimo, medicinas antipsicóticas y antidepresivos en una combinación y dosis específicas para cada paciente (no existe una prescripción universal). Una vez logrado el equilibrio emocional, la combinación de farmacoterapia y psicoterapia creará en el individuo un ambiente de tranquilidad y autoconfianza para anticiparse y fortalecerse ante eventuales episodios estresantes.

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Existe, por otras causas, la depresión exclusiva o unipolar, sin fase maniaca, condición que responde muy favorablemente a los antidepresivos específicos y a la psicoterapia.

Los dos tipos de depresión comparten muchas características, pero también exhiben diferencias significativas, inclusive a nivel neurológico.

Por lo expuesto, es de absoluta prioridad obtener un diagnóstico diferencial que explique con inequívoca claridad de cuál tipo de depresión se trata. La terapia a seguirse debe estar basada en esta importantísima conclusión. (O)