“El país ve que se descubren irregularidades, se identifican delitos contra los recursos públicos, incluso se señala a los responsables; pero no tarda en comprobar que estos, mientras más poderosos son, con mayor frecuencia pasean su impunidad por calles y plazas del país, o se encuentran en el exterior en el cómodo y tranquilo goce de riquezas usurpadas al magro patrimonio del pueblo ecuatoriano. Y así, en muchos casos, la acción de la Contraloría General del Estado, lejos de servir eficazmente para enderezar procedimientos, castigar a los culpables de atentados contra los dineros públicos, y fortalecer la estructura ética del país, se trastrueca en fuente –nunca pensada y jamás querida– de hondas decepciones y desalientos del pueblo ecuatoriano, que se hunde cada vez más en el escepticismo y cree cada vez menos en la acción de la Justicia”.

El extracto con el que inicio este artículo corresponde al informe de su primer año de gestión del entonces contralor general del Estado, el abogado y periodista cuencano Hugo Ordóñez Espinoza, pronunciado el 11 de agosto de 1980 ante el presidente Jaime Roldós Aguilera, la Cámara Nacional de Representantes y la Corte Suprema de Justicia; fue el primer contralor en el periodo de retorno a la democracia en el Ecuador, tras nueve años de una petrodictadura.

Este documento fue recientemente citado por la revista cuencana Avance, en un completo recorrido histórico en homenaje a uno de sus columnistas más destacados, que la semana anterior y en medio de sus familiares falleció a la edad de 97 años. Hugo Ordóñez, según cita la misma publicación, fue presidente nacional de la Federación de Estudiantes Universitarios del Ecuador (FEUE); presidente de la Federación Nacional de Abogados; profesor de derecho; uno de los fundadores del semanario La Escoba y de la Unión de Periodistas del Azuay (UPA).

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Fue un hombre de un espíritu muy elevado; al que también se lo recuerda como columnista de EL UNIVERSO –su espacio se denominaba ‘Al pie del capulí’–; ministro juez de la Corte Suprema de Justicia; subsecretario del Ministerio de Educación; vocal del Tribunal de Garantías Constitucionales. Al “doctor Huguito” –como lo llamaba mi padre, también periodista– le debíamos un enorme respeto –así nos lo exigían nuestros mayores sin discusión– por su enorme e incuestionable transparencia. En él era como un halo que lo adornaba completo. En mi corta edad, lo que admiraba de él era su apasionado discurso ético. Cuando tomé conciencia de lo que en su momento representaban para el periodismo local publicaciones irreverentes como La Escoba –cuyo lema era: “No más tontos, grito de la razón”, y su frase de batalla: “El único enemigo de la escoba es la basura”–, mi admiración empezó a diseñarse, pues era uno de los fundadores que le sobrevivían a lo fatal.

Por la partida del doctor Huguito he escarbado algunos de sus escritos, y me queda gratitud por mostrar que hombres honestos sí pueden redimir las tareas democráticas y auditoras de entidades como la Contraloría, convertida en una cloaca política que apesta y espanta.

Paz en la tumba del insigne Hugo Ordóñez Espinoza. (O)