El lemming noruego tiene la reputación de ser el único mamífero que comete suicidio colectivo. Según investigaciones recientes, es falso, sólo una fábula de Disney. Pero no pude evitar acordarme de los lemmings echándose por el precipicio, al observar las violentas manifestaciones chilenas y conocer el resultado del plebiscito. La estrella solitaria se apresta a echar por la borda su sistema económico, que le significó ser el único país de América Latina de exitoso desempeño en los últimos 30 años: crecimiento económico espectacular, drástica reducción de la pobreza, y disminución de la desigualdad.

Se argumenta que hay que cambiar la constitución para acabar con el legado pinochetista. Hay similitud con el proceso español: en Chile y España, el ejército y la derecha derrocaron violentamente a un gobierno de izquierda. Pero el modelo económico franquista marginó a España del gran auge económico de Europa de posguerra, mientras el modelo de Pinochet y su ministro Büchi tornaron a Chile en el país más próspero de América Latina.

Lo objetable de la Constitución chilena del 80 es que otorgaba a Pinochet el cargo de senador vitalicio y a sus adláteres el de senadores designados. Pinochet falleció, y en 2006 una reforma constitucional acabó con los senadores designados. El presidente de Chile de entonces, el socialista Ricardo Lagos, declaró en aquella ocasión que “hoy, el nuevo texto constitucional se pone a la altura del espíritu democrático de todos los chilenos”.

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¿Por qué ese rechazo al sistema? Habrá que esperar lo que digan expertos chilenos, pero con base en estudios de procesos similares en otros países, aventuramos una hipótesis: la frustración de expectativas crecientes. En sociedades en que nada cambia, la población no espera más. El hijo del artesano aprende el oficio de su padre, el hijo del comerciante sabe que trabajará en el negocio familiar. En las sociedades dinámicas, en cambio, la madre que no terminó la primaria quiere que el hijo sea bachiller; y la bachiller, que su hijo vaya a la universidad. El que se crió en vivienda alquilada, tener casa propia. Los chilenos, en esos 30 años de su milagro, no miraron atrás para ver cómo se distanciaban de peruanos, ecuatorianos y argentinos, sino adelante y cómo se acercaban a portugueses y españoles. En expectativas, se mudaron de América a Europa.

El modelo chileno es cero proteccionismo y producir lo que pueden vender al mundo. Chile desarrolló al máximo su producción de cobre, frutas andinas, madera en el sur, salmoneras en los fiordos. Pero todo modelo económico, por exitoso que sea, arroja resultados decrecientes. En los 90 Chile creció 6,1 % anual, en 2000-2009, 4,4 % y en 2010-19, 3,4 %. Chile no introdujo ajustes a su modelo, y hoy no se crean suficientes oportunidades para atender a esa juventud que se preparó durante la bonanza. Sus expectativas se frustran, y la frustración engendra violencia: hasta quemaron iglesias. En lugar de afinar el modelo, los chilenos se proponen reemplazarlo con el tradicional Estado latinoamericano omnipresente y burocrático.

El más renombrado economista chileno de la actualidad, Sebastián Edwards, estima que Chile involucionará, abdicará su primacía regional y retornará a ser un país del montón. Edwards no acostumbra equivocarse. Ojalá esta sea la excepción. (O)