Un factor determinante del éxito en las actividades agrícolas es el suelo, en especial esa limitada capa fértil superior donde se encuentran los elementos que nutren las plantas, en asocio con la porción viva integrada por miles de millones de microorganismos y seres de mayor tamaño como lombrices, que tienen un rol fundamental en el sustento vegetal y, por ende, son básicos para la alimentación mundial; pero en buena proporción ha sufrido un proceso de degradación que limita la noble función que la madre naturaleza le ha encomendado; sin embargo, puede ser recuperado a través de técnicas de regeneración, obligación asignada al Estado, según consta en la Ley de Tierras y Territorios Ancestrales.

Si se honrase la afirmación hay que “mirar al campo”, expresión política de interés por la agricultura, debería comenzarse señalando propuestas específicas que corrijan esa defectuosa y negativa situación, demostración cabal de real preocupación por el agro, sabiéndose que es posible revertir el proceso de deterioro de los suelos, formulando un plan permanente de incremento del contenido de su materia orgánica, no menor al 0,4 % por año, meta posible de alcanzar si se lidera un programa serio que involucre al Estado y a empresarios privados, cuyo impacto favorecería los intereses generales al aumentarse la productividad agrícola, siendo a la vez un mecanismo de reducción del impacto del cambio climático, por la enorme capacidad de reabsorber el CO2 atmosférico que caracteriza a las tierras naturales agrícolas y ganaderas, que bajan nocivas emisiones.

El término latino regeneratio aplicado a ese estrato virtuoso significa recuperar su forma, estado y estructura que lo distinguían antes de ser agredido por irracionales actividades humanas, al extraerle los nutrientes que alimentan las plantas y con ellas a la humanidad, sin que hayan sido repuestos ni devuelta la vida microbiana, peor rehacer los niveles de carbono orgánico que tenía en demasía, que le daban mayor capacidad de retención de agua y resistencia a la campante erosión.

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Exhortamos una vez más, a quienes deciden las políticas públicas agrarias, implementar con fortaleza planes para enriquecer el contenido de carbono orgánico de los suelos, con una meta perfectamente alcanzable de 0,4 % o lo que es lo mismo cuatro por mil, por año, en los primeros 30 o 40 centímetros de suelo, con lo cual se capturaría dióxido de carbono de la atmósfera, compensando largamente la contaminación que erróneamente se atribuye a las actividades agrícolas y ganaderas, haciéndolas más productivas y rentables.

Aquello recoge el planteamiento del ministro de Agricultura francés, realizado el 2015 con motivo de la firma del Acuerdo de París, convertido en objetivo de lucha de todas las naciones civilizadas, que otorgan al manejo y regeneración de suelos una prioridad absoluta y que Ecuador ha formalizado en el artículo n.º 9 de la ley de Tierras y Territorios Ancestrales, que se mantiene, como todas las normas que benefician al sector, en los fríos anaqueles o perdida en los archivos computarizados de las entidades públicas, en espera de su ineludible aplicación. (O)