Mercucio

Auyo es el unipersonal con el que la actriz guayaquileña Luciana Grassi se consagra. El 3 de octubre tuvo la última función de lo que se decía no es una obra de teatro, sino una “experiencia digital interactiva”.

Detengámonos para observar cómo a nivel general dramaturgos, directores, actrices o actores se cuidan en decir que lo “streaming no es teatro”, apareciendo frente a nosotros la presión que existe dentro del entorno teatral a partir de su teoría hermenéutica y hasta sectaria. Sí, hay miedo a la crítica interna.

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El teatro posiblemente no es su misma definición, sino como se propone desde la obra de Grassi… la experiencia. Desde la experiencia germina lo teatral, tanto para el espectador ¿y para el actor/actriz? ¡También! Construir un personaje, efectuar la investigación de los personajes en las profundidades de la psicología del propio ser, errar, caer, reír y llorar.

Teatro por lo tanto no es solo lo que se da a los espectadores, también es lo que está en el lado del artista. Solo les cuento lo que se me ocurrió a partir de Auyo y su advertencia de “esto no es teatro” y al ver su trabajo, el cual se trata de una investigación sobre la feminidad y una salida a las taras impuestas a la mujer desde la misma sociedad. Donde se la encasilla como “hormonal”, “madre”, “objeto sexual”, “loca”, “histérica”.

La obra se nos presenta en forma de un feminismo y desde lo que se observa, la complejidad de lo femenino sobrepasa la animalidad y lo instintivo, pero gritando; aullando el tabú del acontecer femenino al resto del mundo. No deja de ser una obra íntima, pero que genera identificaciones, siendo útil para las mujeres y hombres que no caen en cuenta del machismo que los atraviesa. (O)