Debemos escuchar al niño que una vez fuimos y que aún vive dentro de nosotros. Este niño entiende de instantes mágicos. Podemos amortiguar sus sollozos, pero no podemos silenciar su voz.

Si no renacemos, si no volvemos a ver la vida con la inocencia y el entusiasmo de la niñez, entonces ya no tiene sentido vivir.
Hay muchas formas de suicidarse. Aquellos que tratan de matar su cuerpo ofenden la ley de Dios. Aquellos que tratan de matar su alma también ofenden la ley de Dios, aunque su crimen es menos visible a los ojos del hombre.

Dejemos que el niño que llevamos dentro tome un poco las riendas de nuestra existencia. Este niño dice que un día es diferente a otro.

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Hagamos que el niño se sienta amado nuevamente. Complazcamos a este niño, incluso si eso significa actuar de una forma a la que no estamos acostumbrados, incluso si parece una tontería a los ojos de los demás. Recuerda que la sabiduría de los hombres es locura ante Dios.

Si escuchamos al niño que tenemos en el alma, nuestros ojos brillarán una vez más. Si no perdemos el contacto con este niño, no perderemos el contacto con la vida.

Dos niños
Una vieja historia árabe cuenta que dos niños, uno rico y otro pobre, regresaron del mercado. El rico trajo bizcochos untados con miel y el pobre, un trozo de pan viejo. “Te dejaré comer mi galleta si puedes pagarme”, dijo el rico.
El niño pobre aceptó y, a cuatro patas, comenzó a comer las golosinas del niño rico.

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Un hombre que estaba viendo la escena comentó: “Si este pobre chico tuviera un poco de dignidad, acabaría encontrando la forma de ganar dinero. Pero prefiere convertirse en el perro del chico rico, comiéndose su galleta”.

“Mañana, cuando sea grande, hará lo mismo por un cargo público, y podrá traicionar a su país por una bolsa de oro”. (O)