“Daniel sonreía como si estuviera abriendo un regalo”, dice Piedad Bonnet en su libro Lo que no tiene nombre. Usa esta analogía para describir la alegría que su hijo sintió en algún momento de su vida.

“Menciono esta frase", dice la educadora de párvulos Marta Ycaza Oehlke, “porque creo que abrir un regalo sorpresa es uno de los recuerdos más felices de nuestra infancia. Después de más de cuarenta años todavía recuerdo una regadera que recibí a los 9 años. Me encantaba porque podía imitar a mi mamá regando las plantas”.

Otro recuerdo que salta a su mente es ver a una de sus hijas recibiendo un regalo de la tía: la impaciencia por desenvolverlo, la cara de alegría al encontrarse con la muñeca que tanto deseaba y el mejor regalo para quien lo dio, ese abrazo de agradecimiento. “Esos paquetes escondidos bajo papeles coloridos tienen el poder de desatar miles de emociones. El dar, recibir y agradecer también se puede envolver”.

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La educadora no recuerda en qué momento ese ritual empezó a transformarse en “dejar el paquete en un balde gigante a la entrada de la fiesta, como quien deja un cupón para un sorteo”. Con esta tradición, dice, el niño nunca sabrá quién de sus amigos le dio esa pelota con la que tanto se entretiene o los chocolates con los que se empachó. “Ese tarro gigante, caja de regalos impersonales, se tragó miradas cómplices, abrazos, besos, agradecimientos y risas”.

Pasaron años desde la moda de la caja impersonal, y apareció tras ella una modalidad que nos aleja aún más del ritual humano de dar regalos a los niños. “Noté que se repartían invitaciones a niños de 3, 4 y 5 años con una nota adicional que decía: Agradecemos su obsequio en sobre cerrado. ¡Plop! La primera vez que lo leí no lo podía creer. Me atreví a preguntarle a una alumna luego de su fiesta de cumpleaños qué pensaba hacer con el dinero que le habían regalado y me contestó: Me voy a comprar un regalo caro. Los valores que queremos enseñar a nuestros hijos se transmiten a través de las acciones”, dice Ycaza, e invita a reflexionar cuáles son los nuestros y a ser consecuentes con ellos.

La mejor edad para enseñar el manejo del dinero

No siempre los padres pueden controlar que el regalo no llegue en forma de dinero a manos de los niños. Algunos abuelitos y tíos lo hacen aunque no haya cumpleaños de por medio. La psicóloga infantil y psicorrehabilitadora Camila Pozo no está en contra de la práctica, pero explica que hay una edad adecuada para que los niños empiecen a relacionarse con la moneda.

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Cuando inician la etapa escolar (primaria) es el mejor momento para empezar a enseñar a los niños a manejar el dinero en pequeñas cantidades, puesto que ya conocen los números y han aprendido a contar.

Esto, dice Pozo, permite a los niños aprender de dónde viene el dinero, cómo se lo obtiene y cómo se lo gasta. De 6 años en adelante ya pueden entender la cantidad y cómo administrarlo. Desde allí se puede empezar a motivarlos a ahorrar.

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“Si alguien les regala una cantidad elevada, digamos, 10 o 20 dólares, es mejor que los papás lo manejen. No demos a los niños la libertad de usar el billete o llevarlo consigo a todas partes, por seguridad”.

Los niños deben ver el dinero como una responsabilidad. Si su hijo aún es preescolar, ayúdelo a hacer consciencia de que recibió un regalo, y que papá o mamá lo ayudarán a comprar con ello algo que le guste. No dé más detalles. Pero si es niño en edad escolar, ya podrá entender la cantidad y decidir, junto con los padres, cómo administrarlo. “Lo ideal es que puedan tener una alcancía o sitio fijo donde guarden sus ahorros. No que lo lleven con ellos”.

Si la familia tiene la costumbre de dar una mesada semanal, también es una buena oportunidad para educar. Pueden ahorrarlo o usarlo en sus pequeños gastos escolares. “Esto va a la par de asignar responsabilidades en casa: lavar los platos, hacer las camas. Es un dinero que el niño gana por aportar en casa. Esto no debe ser siempre”, aclara Pozo, “porque tampoco queremos que piense que siempre trabajará por dinero. Habrá situaciones en las que él deba cooperar sin retribución. Y otras en que comprobará que su trabajo tiene un valor, y que el dinero llega con un sacrificio”.

El niño debe tener claro que la casa es el lugar donde recibe el dinero, y que está relacionado con el cumplimiento de ciertas responsabilidades. Que en ocasiones un familiar cercano le dará un obsequio, siempre con el conocimiento de los padres, no en secreto. Y que si un extraño se lo ofrece, eso no es correcto. “Los padres siempre deben preguntarse de dónde salió el dinero que ven en manos de sus hijos”.

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La educación sobre el dinero no debería demorar. “A veces cometemos el error de darles dinero recién en la adolescencia, pero no habrán aprendido a dar valor a lo económico, no habrán pasado por la tentación infantil de gastarlo pronto ni por la experiencia de quedarse sin nada y tener que empezar de cero. “Si dilatamos la asignación de responsabilidades económicas hasta la adolescencia, será más difícil que sepan distinguir lo que es indispensable”. (I)