El guerrero de la luz necesita tiempo para sí mismo. Y dedica este tiempo al descanso, a la contemplación y al contacto con el Alma del Mundo. Incluso en mitad de un combate él consigue meditar.

En ciertas ocasiones, el guerrero se sienta, se relaja y deja que todo lo que ocurre a su alrededor simplemente continúe ocurriendo. Mira todo lo que lo rodea como un espectador, sin pretender crecer o disminuir, tan solo entregándose sin resistencia al movimiento de la vida. Poco a poco, todo lo que parecía complicado empieza a simplificarse. Y el guerrero se alegra.

Cuando alguien quiere algo, el Universo entero conspira a su favor. El guerrero de la luz lo sabe bien. Por esta razón, es muy cuidadoso con sus pensamientos. Escondidos bajo algunas capas de buenas intenciones, se encuentran los deseos que nadie se atreve a reconocer: la venganza, la autodestrucción, la culpa, el miedo a la victoria, la alegría macabra sobre tragedias ajenas…

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El Universo no juzga: conspira a favor de lo que deseamos. Por eso, el guerrero tiene el valor necesario para encarar las sombras de su alma y procura iluminarlas con la luz del perdón.

El guerrero de la luz es el señor de sus pensamientos. A veces el camino del guerrero pasa por periodos de rutina.

Cuando se ve forzado a repetir la misma tarea varias veces, el guerrero utiliza esta táctica, transformando su trabajo en oración.

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El guerrero vivió todos los días del año que acaba de pasar, y aun habiendo perdido grandes batallas, sobrevivió, aún está aquí. Eso ya es una victoria. Una que costó momentos difíciles, noches de dudas, interminables días de espera. Desde los tiempos más remotos, celebrar un triunfo forma parte del propio ritual de la vida.

Pero el guerrero conoce el motivo de su gesto. Él se beneficia del mejor regalo que la victoria puede darle: la confianza. Él celebra el año que termina para tener más fuerzas en las batallas futuras. (O)