Manuel Treshermanos Barcia lucha por mantener tradiciones. Él se dedica a la elaboración de sacos de cabuya, cuya demanda cada vez es mínima.

De su segundo nombre, Manuel menciona que su papá salió a la carretera (vía Manta-Montecristi) en cuanto él nació con el fin de inspirarse. “Ahí pasó un carro que iba a Santa Ana, lleno de caña guadúa, y en una parte decía Tres Hermanos y como yo fui el tercero me puso así”, relata sonriente.

En la comuna El Chorrillo, un pueblo asentado a un costado del cerro de Montecristi, lo conocen como Manolo.

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De sus 66 años, 54 lleva trabajando en la elaboración de sacos de cabuya, una tradición que, según él, surgió hace 80 años con la llegada a esa localidad del colombiano Flavio Corral, quien enseñó a los habitantes primero a hacer los sacos a mano, los que eran adquiridos para guardar café y cacao.

En las décadas del cincuenta y setenta, en tiempos del boom cafetero, la compra de sacos era constante. José Santana, habitante de El Chorrillo, rememora que al menos en esta comunidad había 40 talleres.

“Casi era en todas las casas que había un telar”, menciona el hombre de 64 años, que a veces colabora con Manuel en el peinado de la cabuya.

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En los años setenta, Pedro Michilena, oriundo de Ibarra, llegó a El Chorrillo llevando las maquinarias para industrializar la producción de sacos.

Así también llegó el norteamericano Guillermo Boyer. Él puso una fábrica a la que llamó El Chorrillo. Fueron 20 años de prosperidad, pero luego llegó el plástico a minar el mercado. En 1990, Boyer cerró su industria.

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Pero en El Chorrillo quedó un telar enmohecido en el acceso a la comuna. Y también está Manuel. Él explica que el primer paso es el secado de la cabuya por al menos cinco horas, luego se le unta parafina para suavizar el material. De allí viene el peinado en una tabla con clavos. Después la liada de cabuya en carretes. El trabajo continúa en el telar.

“Es que como no hay producción de café o cacao, no hay mucha venta… yo solo sigo la tradición para que no se pierda, y muchos me indican que volverán los tiempos de ventas masivas porque ahora ya la gente no quiere mucho el plástico sino cosas naturales como la cabuya”, expone Manuel.

En la mejor época se llegaba a elaborar hasta unos 5.000 sacos de cabuya al día. La demanda era mayoritariamente de Jipijapa, reconocida por la producción de café.

Costos en la elaboración de sacos

En 2000, cuando en el país se iniciaba la dolarización, un quintal de cabuya, traída de Ibarra, capital de Imbabura, costaba $ 13, ahora las 100 libras de esta fibra tiene un costo de $ 60. En el taller de Manuel Barcia, cada saco de cabuya tiene un costo de $ 4,25. (F)

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