Con la renuncia del actual vicepresidente, señor Sonnenholzner, el Ecuador contará en el mismo periodo presidencial con cuatro vicepresidentes, lo que confirma su inestabilidad política; confirma, también, que los postulados para tan importante cargo son escogidos a la ligera, sin estudiar sus antecedentes y la fortaleza de su carácter. Con este alto, altísimo, funcionario se busca que haya una solución de continuidad, para que si hubiera falta del presidente de la República, especialmente falta permanente, los gobernados sepan exactamente cómo tendrá lugar la sucesión; y que así lo comprendan las otras naciones del orbe. En el presente periodo han sido destituidos, por actos de corrupción, dos vicepresidentes, lo que demuestra el poco cuidado con que se los escogió. En el presente caso, el tercero, es una separación voluntaria que desconcertará a los gobiernos de los otros países, a los organismos internacionales. La Constitución dispone que el vicepresidente “desempeñará sus funciones por igual periodo” que el presidente; ese es el compromiso que ante el pueblo adquiere quien jura desempeñar esa función. El vicepresidente no tiene una función como la de un ministro, un secretario de Estado, que es transitoria. Recordando casos históricos, el doctor Camilo Ponce Enríquez dejó su cargo de ministro de Gobierno del presidente Velasco Ibarra, fue candidato a la Presidencia de la República y fue electo.

Parecería que el actual vicepresidente considera que en este corto tiempo, de algo más de un año, ha hecho bastante por los ecuatorianos, y ahora espera que los ecuatorianos hagan por él lo que él considera que merece: la presidencia. Podría pensarse que así calcula que ocurrirá por su actuación como presidente del COE durante la pandemia; pero esta maldición está lejos de haber terminado, y es muy cuestionable que el Gobierno haya tenido y tenga un desempeño satisfactorio: Guayaquil es la ciudad, en relación con su población, con más víctimas mortales en el mundo; en Quito, el mal arrecia, y los hospitales públicos y privados ya no dan abasto, están saturados; cosa parecida ocurre en varias provincias. Además, dejó de ser presidente del COE, probablemente por presión de celos, por sus múltiples presentaciones públicas, rodeado de un gran aparato publicitario. En su discurso de renuncia, no hizo el vicepresidente mención a que en medio de esta catástrofe, los escándalos de corrupción fueron horrendos, numerosos, y él nada dijo, nada denunció. Al exvicepresidente candidato se le reclamará todo esto, porque no se le escuchó una sola voz de reclamo; no se ha esperado del vicepresidente un latigazo, como aquel proverbial de “los enloquecidos por el dinero”, pero sí, por lo menos, una voz de admonición que llame al imperio de la moral, de la ética, del respeto a la ley. Duro camino le espera al exvicepresidente candidato, muchas explicaciones le pedirán a quien ha desempeñado la segunda magistratura de la República.

La renuncia le deja al presidente ante la responsabilidad de escoger, al menos una vez, una persona honorable, capaz, responsable, que le signifique al país estabilidad. El presidente se ha equivocado ya tres veces en escoger a su vicepresidente. (O)