La fragilidad de la democracia ha quedado demostrada una vez más. En esta ocasión ha ocurrido en el país menos pensado: Estados Unidos, cuando simpatizantes del presidente en funciones, Donald Trump, asaltaron ayer la sede del Congreso, ondearon banderas en los escalones, rompieron puertas y cristales y obligaron a suspender la certificación de la victoria del presidente electo, Joe Biden, quien debe asumir el cargo el próximo 20 de enero.

Donald Trump sigue negándose a aceptar los resultados electorales alegando fraude, aunque no ha logrado presentar evidencia que sustente su afirmación. Ayer, en un masivo mitin frente a la Casa Blanca, les pidió a cientos de manifestantes que marcharan hacia el Capitolio luego de que su vicepresidente no acatara su pedido de que desconozca los resultados. Sus seguidores se enfrentaron a la Policía del Capitolio y penetraron en las instalaciones del Legislativo con el lema ‘Salvemos a Estados Unidos’. Sin embargo, han conseguido lo opuesto. El mundo mira con asombro cómo la considerada democracia más sólida del planeta se ve tremendamente amenazada por un presidente electo en democracia, pero que ahora la desdeña resistiéndose a reconocer el pronunciamiento de los electores, presuntamente como una jugada con miras a candidatizarse nuevamente en el 2024.

Ante el caos desatado, Biden aseguró: “En este momento, nuestra democracia está bajo un asalto sin precedentes, como no habíamos visto en tiempos modernos”, y le exigió a Trump que se pronuncie para que sus seguidores se retiren del Capitolio, pues señaló que las palabras de un presidente importan, para bien o para mal.

Alrededor de las 16:20, Trump, ante las cámaras les dijo a sus simpatizantes: “Váyanse a su casa y váyanse en paz”; aunque insistió en que ‘la elección le fue robada’.

Estados Unidos es un referente mundial, y ahora atraviesa un momento de gran tensión. Es trascendental que el pueblo estadounidense haga conciencia sobre la amenaza que afronta y se una para exigir que se restaure el orden democrático. (O)