La sobreabundancia de información respecto del COVID-19, nutrida también por bulos y rumores, induce a muchas personas a automedicarse y con ello ponen en riesgo su salud. Está ocurriendo con el uso indiscriminado del fármaco ivermectina, que ha llevado a adquirirlo de manera masiva, a tomarlo sin prescripción médica y hasta a acapararlo.

Como ocurrió al inicio de la pandemia con la hidroxicloroquina –que dio resultado en el tratamiento para ciertos pacientes con COVID-19, pero que cuando se hicieron estudios ampliados se descubrió que no funcionaba de igual manera en todos los organismos–, asimismo sucede con la ivermectina; se ha utilizado este antiparasitario como prueba en tratamiento para pacientes con COVID-19, pero aún no existen estudios concluyentes que demuestren su eficacia contra este mal causado por el coronavirus SARS-CoV-2. Por ello, la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) y la Agencia Europea de Medicinas (EMA) no lo han incluido entre los medicamentos destinados para el tratamiento de la enfermedad.

Además, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha indicado que no se recomienda ningún medicamento específico para prevenir o tratar la infección por el coronavirus detectado en el 2019.

Es decir, aún no hay evidencia que sustente la eficacia y la seguridad de la ivermectina para el tratamiento del COVID-19, ni mucho menos para prevenirlo. Su uso indiscriminado puede generar daños renales, según han informado algunos especialistas.

Además, la automedicación puede inducir a las personas que lo ingieran a pensar que ya están protegidas contra el coronavirus y, en consecuencia, descuidar las medidas de bioseguridad, que son las únicas que pueden evitar el contagio mientras no se realice la vacunación.

La ciudadanía debe asegurarse de contar con información científica, pues la epidemia de COVID-19 es un tema en estudio y aún no hay certezas suficientes. (O)