En el Ecuador se ha presentado uno de los acontecimientos más singulares de la política latinoamericana y quizás mundial.

Jaime Nebot Saadi, un dirigente político que durante 35 años de constante y destacada actividad política, como diputado, gobernador, alcalde y actualmente líder del más grande partido político, en dos ocasiones ha tratado de alcanzar la presidencia de la República sin lograrlo.

En el Ecuador, decía Jacinto Velázquez, el pueblo vota como en el hipódromo, por el ganador, no por el mejor. Sorprendentemente, ahora, a sus 75 años, cuando el pueblo –estadísticamente– quiere, reconociendo su labor, premiarlo con ella, declina este honor.

Nebot es un sobreviviente de la vieja política, de aquella de micrófonos, balcones y paredes pintarrajeadas. Desde que su partido y su líder era “dueño del país”.

Su estilo es frontal. Amigo de pactos, alianzas y coincidencias. Le repugna la actual forma de hacer política, en la que predomina la posverdad; amenaza de la democracia. Para Vargas Llosa, es el antifaz bajo el cual se disfraza la mentira, que maliciosamente se pretende hacer pasar por verdad. Difundida mediante el internet, Twitter, Facebook, ha convertido a la política ecuatoriana en una ciénaga pestilente impregnada de posverdades, que no respetan honras ni valor alguno. Para no contaminarse se va. Y lo hace cuando quieren que se quede. Es su derecho.

Nebot aduce tres buenas razones que justifican su decisión. Una de ellas es solamente suya. Las otras dos explican su ausencia protagónica, pero no le impiden su permanencia como ciudadano en la vida política del país.

Como experimentado político, conjugando sus razones, declina, pero no se aparta de la actividad.

Y, para mantenerse presente, asume una posición mucho más acorde con su personalidad: la de Gran Defensor del Pueblo. Para esta función no requiere de elección alguna ni designación administrativa. Asume esta cívica tarea por su propia voluntad, en reciprocidad a la fuerza política que le otorgan el presidencial favor popular que ha declinado y sus 35 años de actividad política.

Con la legitimidad que la da esta sólida base política personal, Nebot pretende concientizar a la ciudadanía de que solo el pueblo salva al pueblo, empoderándolo y haciendo realidad el fundamento originario de la democracia: que el pueblo es quien manda y el gobernante el que obedece, mediante reformas legales escritas en piedra por medio de una consulta popular. Acorde con la labor asumida, deberá verificar permanentemente su cumplimiento.

Como alcalde de Guayaquil ha hecho realidad para sus habitantes su concepto de “una vida mejor”, que constituye el orgullo de todos nosotros. Sus tetraadministraciones han merecido el reconocimiento internacional como modelo de gestión municipal.

Probablemente mañana, el Ecuador y sus circunstancias demanden su retorno al protagonismo político. Hasta entonces, se va, pero no se aleja, dejando el legado de una vida de entrega cívica total, con el reconocimiento de partidarios y adversarios. (O)