No conocí al abuelo Alejandro, pero sé muchas cosas de él. Sé, por ejemplo, que no le gustaban los vegetales y que siempre repetía: Si yo llegaba a nacer caballo, estaba fregado. Las papas cocinadas cubiertas de nata eran uno de sus potajes preferidos. Deleite que compartía con sus hijos, pero no siempre había suficiente nata, entonces la abuela la guardaba solo para él. Una noche, el papacito había llegado muy tarde a cenar. La abuela le había servido sus papas con nata y mi tío Modesto, el menor de sus tres hijos, se había sentado a la mesa con él.

Papacito, ¿qué siera?

¿Qué siera qué, hijo? Había reído el abuelo.

¿Qué siera si yo fuera papacito y usted fuera Modestito?

¿Qué siera? —Siera que yo me comería las papas con nata, y usted me quedaría viendo con ganas.

Esa noche mi abuelo había entregado sus papas al niño y se había conformado con cenar una ensalada, como cualquier caballo.

Se ha puesto de moda destruir y homenajear las estatuas. Todo depende del cristal con que se mire la historia. Grupos hispanistas, llenos de banderas de la “Madre Patria” evocan sus raíces y al parecer pretenden deshacerse del mestizaje; mientras los izquierdistas posmodernos las insultan. Los héroes de otros tiempos, perpetuados en piedra, de pronto se ven rodeados de hermosas flores o pintarrajeados y vejados por aquellos grupos que algo pretenden, no entiendo muy bien qué. ¿Quieren borrar la historia? ¿Pretenden negar que tal o cual evento no sucedió? Pero la historia es la historia. El filósofo francés André Compte-Sponville la define como “el conjunto no solo de lo que sucede, sino también de todo lo que ha sucedido y sucederá: la totalidad diacrónica de los acontecimientos”.

A propósito del Descubrimiento de América, la más visitada fue la pobre reina Isabel la Católica. Estos comportamientos me resultan tan raros que me atrevo a decir que la reina se ha de haber revolcado en su tumba. Hasta me parece haberla oído decir: ¡Maldita sea mi estampa! ¿Para qué carajos le financié a Cristóbal su loca idea de descubrir las Indias Orientales, pendeja de mí, hubiera comprado bonos de deuda externa.

¿Qué siera si no nos colonizaba España? Nos colonizaba Inglaterra, Francia, Portugal...

¡No se puede negar la historia! Somos lo que somos gracias a ella o a pesar de ella, y como bien dice Sara Enríquez, una de mis talentosas alumnas favoritas, “la dignidad histórica es lo último que podemos perder”.

Me da la impresión de que el COVID-19 en lugar de hacernos reflexionar nos está afectando seriamente. Yo no sé de política, pero mi razón natural me dice que no es tiempo de destruir, que necesitamos trabajar juntos para salir adelante. No creo que sea el momento de ahondar resentimientos y revanchas. ¡No ahora que estamos en la m...!

Es cierto que las diferencias y la injusticia no pueden esperar, que tenemos que tender puentes para lograr que todos vivamos con dignidad.

A veces, aunque mamá ya no está para contarme historias del abuelo, como solo ella solía hacerlo, yo me pregunto: ¿Qué siera?

¿Qué siera si no nos hubiera conquistado España? ¿Siéramos menos pendejos? (O)