El ser humano tiene la tendencia a creer que las cosas negativas que pasan son las peores posibles.

En el 2020 nos atacó el COVID-19, una pandemia como nunca antes quienes estamos vivos sobre el planeta la habíamos experimentado.

No solo que una importante cantidad de seres humanos se ha muerto, o ha visto afectada su salud, sino que, además, la actividad económica de un mundo totalmente interconectado y globalizado ha decaído de una manera no comparable con ningún otro evento desde el impacto de la Segunda Guerra Mundial.

Pero siempre debemos tener la perspectiva correcta de la historia. Recordemos por ejemplo a la viruela, finalmente erradicada en el último cuarto del siglo XX, la cual cobró más de 300 millones de vidas humanas a través de la historia.

La peste negra, producida por un bacilo nefasto, atacó a Europa hacia mediados del siglo XIV, y se estima que redujo la población del mundo en más del 20 %.

Solo para comparar, el COVID-19 debería acabar con unos 1.500 millones de personas para ser comparable con la peste negra.

Somos más bien afortunados. Vivimos en un mundo en el cual tenemos medios para aliviar el impacto de una pandemia, y tenemos tecnología para crear vacunas.

Ha sido posible dar transferencias económicas directas a los más pobres, apoyar en la gran mayoría de países con subsidios directos y disponer de un sistema de salud, por más deficiente que en algunos casos pueda ser, infinitamente superior al que tenían los pobres seres humanos a los cuales la peste negra o la viruela los afectó.

Cuando se leen las crónicas de todas las pestes que han afectado a la humanidad, incluyendo la famosa peste que azotó a Atenas, y se tomó las dos terceras partes de las vidas humanas de la ciudad, tenemos que más bien agradecer el que un hecho inevitable, como es el que cada cierto tiempo aparezcan pandemias como la del COVID-19, nos haya tocado vivirla hoy, y no hace escasos 100 años, cuando la famosa gripe española mató entre 20 y 30 millones de personas.

De ahí que el 2021, con todos sus problemas potenciales, debe ser visto como un año en que la humanidad debe confiar en sus capacidades, mayores que nunca antes en la historia, debe confiar en la resistencia que ha demostrado el homo sapiens para salir de toda crisis que lo ha amenazado en el devenir del tiempo.

Y debe ser visto también como un periodo en el cual hemos aprendido a valorar lo que tenemos, los afectos, las amistades, y por sobre todo, la familia, y para los creyentes el don de la fe, y que podemos vivir con menos de lo que estamos acostumbrados, para así hacer viable un planeta al cual le hemos exigido bastante y que lo estamos poniendo en riesgo de sostenibilidad.

La humanidad vencerá al COVID-19, es la evidencia de la historia la que nos lleva a esa conclusión. Por ello debemos apuntar a un 2021 con optimismo, pero con realismo también.

El camino no es fácil, especialmente en el Ecuador, pero siempre se puede salir de toda crisis.

¡Ese es el reto! (O)