Hace un rato terminó y aún no podemos creerlo, nos miramos con otros periodistas en el Centro de Prensa y nadie atina a explicarlo, reina la estupefacción, campea el asombro, la incredulidad… Brasil 1 - Alemania 7, por la semifinal de un Mundial, y en Belo Horizonte. Hemos sido testigos de un suceso excepcional del fútbol, de toda su historia. El Maracanazo parece un chiste al lado de esto. Los torcedores lloran, los comentaristas de la TV lloran, los jugadores ni hablar...

Nadie podía pronosticar esta catástrofe, la peor del fútbol sudamericano en más de un siglo de fútbol. Sí se intuía que algo malo iba a suceder algún día con el fútbol brasileño. Hace décadas perdió el Jogo bonito (bonito juega Alemania), olvidó el toque, el buen trato del balón, se fue afiliando progresivamente a un fútbol avaro, que muchos definieron como “práctico”. Comenzó a designar técnicos provenientes de la preparación física, no del fútbol; ganaba sin merecerlo, sin hacer nada, muchas veces siendo dominado por sus rivales, acertando apenas un pelotazo (la pegada y el sentido del gol brasileño nunca estuvieron en duda)… Entonces aparecían los talentos del análisis para ponderar planteos “inteligentes”, fútbol “práctico”. Y los menos iluminados de siempre, que justificaban los resultados con el lamentable “los partidos se ganan con goles”.

El estilo de Brasil fue mutando sin pausas hacia algo evidentemente más feo y sin duda menos bueno. Y se fue haciendo cada vez más físico y más rudo. Antes de comenzar el juego con Alemania, era la selección con más faltas del torneo: 96, casi el doble que la propia Alemania, que Argentina, que Holanda. El equipo de Scolari propuso un juego violento frente a Colombia, con Fernandinho como martillo sobre James Rodríguez, pero luego la lesión de Neymar lo situó en víctima en lugar de victimario.

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Ahora nos vienen a la memoria dos frases de Neymar que pintan la pobreza espiritual que animaba a este grupo. Tras la mísera victoria sobre Chile dijo: “No jugamos bien, lo importante es que ganamos”. Y luego, de cara al juego con Colombia, señaló: “Con ganar por medio a cero está bien”.

Los árbitros, siempre tan condescendientes con Brasil, hicieron su parte en todos estos años. Y la prensa también. Ganaba por un acierto aislado, jugando mal, y los titulares era del nivel de “Carnaval carioca”, cuando todos veíamos que el juego no tenía un ápice de carnavalesco. El periodismo nunca paró con el inflador. Y la gente va comprando. Llevamos años remarcando esto, pero el público latinoamericano no lo acepta: “Usted dice eso porque es argentino”. La nacionalidad no cuenta en esto, el fútbol de Brasil hace años viene declinando, traicionando sus valores, sus raíces. Hasta un esquimal podía percibirlo.

Y en este Mundial se dio todo junto: un mal equipo, con jugadores que uno jamás imaginó en una Selección Brasileña como Fred, Fernandinho, Dante, Bernard, Hulk, Jo y otros en bajísimo nivel como Dani Alves o Maicon. Venció por Nishimura a Croacia, sin superarlo en ningún momento. No pudo con México ni con Chile, ganó de manera polémica a Colombia… Fue avanzando a tropezones, pero el sueño del hexa no se dejó de vender en ningún momento. Y la multitud creyó, se ilusionó… Y Pelé siempre fogoneando de atrás “somos os melhores do mundo”. Hasta que un día apareció en el camino Alemania. La misma Alemania que había aplastado 4-0 a Argentina en Sudáfrica, cuando todo el mundo se rió de Maradona, que no era serio. Serio era Scolari…

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Comentar lo que todo el mundo vio es redundante. Sí cabe decir que no fue una exhibición alemana sino una catástrofe brasileña. Que no la arreglaban ni los ausentes Neymar y Thiago Silva. Ni siquiera le imprimió ritmo al partido el equipo de Low, parecía una práctica entre titulares y suplentes. Y ganaron los titulares 7 a 1, a paso cansino. Hubo goles de campito, de playa, de esos picaditos de dos contra dos.

Ricardo Rocha, aquel zaguero de Brasil campeón en 1994, hoy comentarista de SporTV, hizo una brillante radiografía apenas culminado el juego: “Fue una masacre, es la peor humillación de todos los tiempos, táctica, técnica y física. Pero esto se veía venir, el fútbol brasileño viene mal hace tiempo”. Luiz Felipe Scolari asumió toda la culpa de la derrota y dijo “ahora hay que seguir trabajando”. Error: ahora hay que refundar el fútbol brasileño desde el juego, con nuevos maestros que traigan ideas viejas, las de antes.

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Los diarios del mundo jugaron un campeonato aparte de titulares, entre sensacionalistas y ocurrentes. Folha de Sao Paulo tituló en letras tipo Titanic “VEJAMEN HISTÓRICO”. El diario Marca, con rápidos reflejos, espetó: “ETERNA DESHONRA”. Otros fueron “MASACRADOS”, “MAYOR VERGÜENZA DE LA HISTORIA”. As puso: “SIETE MARACANAZOS”. La palabra más repetida fue “HUMILLACIÓN”.

Juca Kfouri, prestigioso columnista de medios brasileños, escribió: “Increíble, el fútbol brasileño reducido a polvo. Esto es algo nunca visto en la historia de los Mundiales. Somos los únicos que perdemos dos Copas en nuestra propia casa”. Clovis Rossi, de la misma Folha, dice: “Para una selección que tuvo a Zito y Didí, a Gerson, Clodoaldo, Rivelino, Sócrates, Falcao, depender de Luiz Gustavo, Fernandinho, Ramires, Paulinho, Willian, es alcanzar el terror”. Y agregó: “No es que quedaron fuera de la selección algunos cracks, no, esto es lo que hay”.

Los estadígrafos del mundo, felices, buscan récords y antecedentes. No encuentran nada igual.

Vale ponderar la corrección y seriedad de Alemania, que apabulló a su rival pero nunca lo sobró, no lo gozó en ninguna acción del juego. Y si apretaba el acelerador podía convertir varios goles más. No quiso echar más vinagre en la herida.

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Lo único verdaderamente lamentable es que, mientras en Madrid era velado Alfredo Di Stefano, un prócer, no se haya hecho un minuto de silencio antes del partido. Vergonzante. Pero pedirle gestos así a la FIFA, hoy, parece ridículo.