No lo he visto aún, pero dos autorizadas voces del milagreñismo auténtico, Julio Viteri y Dagoberto Rodríguez, me lo acaban de confirmar: el legendario Honorato Mariscal Gonzabay acaba de regresar a Milagro. Por diez años nadie sabía de él. Lo busqué incansablemente en Nueva Jersey, donde vive su familia, pero los teléfonos no contestaban, sus amigos no sabían nada y lo único que existía eran truculentas versiones sobre diversas enfermedades que lo tenían cerca del sepulcro.

Nada de eso ha sido verdad. Gonzabay ha vuelto a su tierra pleno de vitalidad, con espléndida lucidez y hasta con ganas de volver a calzar sus botines 45 con los que imponía respeto en tiempos del viejo estadio Capwell y en los primeros años del Modelo Guayaquil. Acaba de cumplir juveniles 90 años, pero, según Julio Viteri Mosquera, que lo tuvo hace pocos días de comensal en Visaltur, puede descontarse de la cédula al menos dos sotas porque está intacto y activo.

Ninguno de los que lo vimos jugar en sus días brillantes puede olvidar su clase, su prestancia, su elegante salida con el cuero pegado a sus botines para entregar el balón a uno de sus volantes. Solo podrá negarlo el periodismo que no lo vio jugar jamás, pero peca de atrevido e ignorante. Para los que lo aplaudimos en aquellos años de pura clase es uno de los mejores zagueros centrales de la historia, esa historia que niegan los que nunca conocieron los tablones del Capwell, el estadio que consagró a Gonzabay y al inolvidable Unión Deportiva Valdez.

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Puedo decir con orgullo que lo vi en toda su carrera. Fui testigo de su condición de crack cuando era delantero y formaba en el Contratuerca un trío central memorable: Radoy Jervis, Gonzabay y Leonardo Mondragón. La cancha era la de la Pampa de los Conejos y cada anotación suya era celebrada por la barra con el grito de “¡Gol de Guarumo!”. Así era conocido por su talla y su constitución fibrosa hasta que años después se aristocratizara su apodo montubio.

Fue Eduardo Castro Acuña, cuando dirigía el Milagro Sporting, el que se entusiasmó con la clase de Guarumo y se lo llevó a su equipo. Con él llegaron Julio Caisaguano y Segundín Viteri, una de las más notables líneas de volantes de los primeros años del profesionalismo, Leonardo Mondragón y Camilo Andrade Vélez –quien con sus 300 libras era un tremendo arquero–. Milagro Sporting dominó por muchos años los torneos de la Liga Cantonal cuando esta entidad era dirigida por auténticos caballeros del deporte como Edmundo Valdez, Vicente Concha Píngel, Ricardo Rodríguez Sparovich, Fausto Villacís Dávalos y Luis Humberto Guevara. Hoy no queda nada de esos años triunfales del deporte milagreño.

Cuando se fundó la Asociación de Fútbol del Guayas, el 20 de noviembre de 1951, ese gran dirigente que fue Edmundo Valdez Murillo decidió incursionar en el fútbol profesional. No lo dejaron jugar en primera y mandaron a Unión Deportiva Valdez al ascenso. Valdez contaba ya con los exjugadores de Milagro Sporting Gonzabay, Caisaguano y Mondragón, a quienes se unieron Gastón Canilla Navarro, el Huaso Pérez, Aurelio Medina, José Almeida, Galo Coba, Olmedo Acosta. Diógenes Tenorio, Carlos Serrado, Eugenio Mendoza, Carlos Titán Altamirano y otros que ganaron la categoría en 1951 para ascender a la serie de honor del profesionalismo guayaquileño. Se reforzó Valdez en 1952 con los argentinos Abel Tornay, Oswaldo Citadella, Juan Deleva, Jorge Caruso y el inolvidable interior peruano Jorge Otoya, pero su gestión fue solo regular al fallar sus arqueros.

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En 1953 Edmundo Valdez llevó a sus filas al mejor arquero nacional de todos los tiempos, Alfredo Bonnard, y se formó la retaguardia valdezpina que fue por varias temporadas la menos batida en el profesionalismo porteño: Bonnard; Navarro o Serrado, Gonzabay y Mondragón.

En cada partido se iba afirmando la enorme clase de un jugador fuera de serie como Honorato. Jamás una jugada sucia, desleal que manchara el fútbol. Siempre sobrio, sereno, elegante, dándole un toque de finura y exquisitez al trato de la pelota. Era de por sí un espectáculo. Su consagración vino la noche en que Valdez empató a 2 con Botafogo, en el Capwell el 11 de agosto de 1954. El público pifió a los milagreños cuando salieron al campo porque los consideraba inferiores para un equipo que venía invicto y goleando durante doce partidos en Colombia.

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Nadie estaba convencido de que fuera un rival de fuste, pese a que era campeón de 1953 y estaba de líder en el torneo de 1954. En una acción del partido el legendario Nilton Santos se elevó y con un plástico movimiento paró el balón y en el aire mismo lo entregó a un compañero. Los fanáticos se pusieron de pie para aplaudir una de las más bellas jugadas que se recuerden. Exactamente cinco minutos después vino un centro hacia el área de Valdez.

Gonzabay fue mucho más arriba que Nilton Santos, la paró y con un artístico paso de ballet entregó el esférico a Segundo Viteri. Fue una explosión en la popular porque un criollo había demostrado que podía jugar tan bien como el mejor de los brasileños. Valdez igualó a 2 en un encuentro memorable en el que Gonzabay y Otoya fueron las mejores figuras del césped.

Nunca un deportista o un equipo puso más alto en el mapa deportivo a Milagro como lo hizo Valdez, primer bicampeón del fútbol profesional. El 22 de julio de 1956 se midieron Valdez y Patria en un gran encuentro. Los milagreños ganaron 1-0 con gol del peruano Otoya, pero lo sobresaliente del cotejo fue la actuación de Gonzabay, bien complementado por Hugo Pardo y Carlos Serrado.

Toda la gama de recursos de Gonzabay afloró esa noche ante el acoso de un extraordinario quinteto formado por Mario Saeteros, Pancho Rengifo, Vicente Pulpito Delgado, Colón Merizalde y Gereneldo Triviño. El día 24 el periodista Ralph del Campo, en su Carrusel Deportivo, bautizó a Honorato con el apodo que sustituyó al plebeyo de Guarumo: El Mariscal. Tuvo grandes actuaciones en las selecciones nacionales de 1955, 1957 y 1959. En 1960 se fue de luna de miel a Lima y allí lo descubrió el periodista Pocho Rospigliosi, que lo había admirado en Lima. Universitario de Deportes y Atlético Chalaco lo tentaron. Se decidió por el último en que jugaban los peruanos Carlos Loza y Carlos Gordon, que habían sido sus compañeros en Valdez. Un conflicto fronterizo, de los tantos, cortó su carrera en Lima.

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Dagoberto Rodríguez, destacado periodista de radio Atalaya, de Milagro, está promoviendo con la Universidad de Milagro un homenaje a Honorato Gonzabay, Alfredo Bonnard, Francisco Rengifo, Washington Villacreces, y Juan Bastidas, sobrevivientes del campeón Valdez de 1953 y 1954. Milagro no ha sido grato con sus héroes deportivos y esperamos que este homenaje reivindique el agradecimiento que merecen los que hicieron de ese equipo un motivo de orgullo futbolero. (O)