La cita con la eternidad llegó puntual, como Mauro habría querido: al mediodía de un domingo, acompañada por la tibieza del sol. Se había hecho esperar, como si ella misma se resistiera a sentenciar el paso final de un espíritu superior que había nacido con la predestinación de convertirse en símbolo, paradigma y leyenda.

No por presentido el tránsito final de Mauro Velásquez Villacís ha dejado de ser muy doloroso para su familia y amigos; para los miles que por muchas décadas lo siguieron en los medios de comunicación impresos, en radio y en televisión.

Estaba destinado a ser un brillante jurista. Eso de los códigos, las providencias, alegaciones, excepciones dilatorias le venía en la sangre, en los genes que le transmitió ese gran maestro del derecho que fue su padre, el doctor Mauro Velásquez Cevallos. Y tomó el camino señalado, pero en un recodo de la ancha vía que iba abriéndose gracias a su talento, se le cruzaron un día el fútbol y el periodismo.

Publicidad

Sintió en el alma el llamado de ese fenómeno social fascinante y la tentación del análisis crítico y la ilustración a los demás, y abandonó de modo definitivo la abogacía. Cambió el cómodo y amplio estudio en el que ejercía, por las cabinas de radios llenas de micrófonos y cables, y los entonces calurosos sets de TV.

Tenía una enorme avidez por la ilustración. La lectura era uno de sus placeres más recurrentes. Llegó a tener una biblioteca que presumo fue la más completa del país. Alguna vez debió haber oído al inolvidable maestro de la pluma Miguel Roque Salcedo, quien aconsejaba a los periodistas deportivos labrar una gran cultura general y una vasta cultura de su especialización. Una notable diferencia con cierto sector del periodismo de hoy, cuyos más ‘famosos’ exponentes se ufanan públicamente de no haber leído nunca un libro y amenazan con no hacerlo jamás. Durante muchos años ejerció un envidiable magisterio. Sus programas eran los más sintonizados porque conocía todas las interioridades del fútbol criollo y todos los movimientos extrafronteras.

Hoy mi querido amigo Mauro Velásquez Villacís, con quien compartí por más de medio siglo los principios y valores del periodismo a partir de la integridad, pasa a ser un recuerdo y un ejemplo.

Cuando cerraba el micrófono o se apagaba la pantalla sus seguidores quedaban con el hambre de información totalmente saciada. Hasta el día siguiente. No atraía al público solo la versación del periodista, su voz microfónica, su elegante dicción. Las columnas que sostuvieron su fama fueron su honestidad profesional, su indeclinable verticalidad, su respeto por la ética periodística. En estos factores no declinó jamás. Fue crítico ácido, corrosivo, severo. No cedió a los insultos, a las amenazas, a los chantajes, a las presiones.

Publicidad

Mantuvo enhiesta la bandera de su rectitud pese al poder de sus detractores. Fue acusador y juzgador de los manejos oprobiosos de la Federación Ecuatoriana de Fútbol, y por eso Luis Chiriboga Acosta se desquitó negándole la acreditación para la cobertura del Mundial 2002. Ningún organismo periodístico lo respaldó a Mauro en su protesta. Sus dirigentes estaban en el ‘negocio’ de las invitaciones, los viáticos, los alojamientos pagados por la FEF y las francachelas con que Chiriboga pagaba las adhesiones.

Mauro fue un gran innovador en la televisión. Sus programas dejaron una huella profunda. No dejaba un solo resquicio por cubrir y de su palabra fluía la crítica o el aplauso.

Publicidad

En el periodismo escrito publicó en un matutino una columna imperdible que ojalá alguien la edite algún día: ‘Hoy en la historia del fútbol’. Su libro de historia El fútbol ecuatoriano y su selección nacional –que tuve el honor de prologar en 1997– es lo más completo que se ha publicado hasta hoy. Hoy mi querido amigo Mauro Velásquez Villacís, con quien compartí por más de medio siglo los principios y valores del periodismo a partir de la integridad, pasa a ser un recuerdo y un ejemplo. De haber estado vivo y con salud, en este momento habría firmado con Nelson Mandela una frase que es apropiada para sus despedida: “Cuando un hombre ha hecho lo que él considera como su deber para con su pueblo y su país, puede descansar en paz. Creo que he hecho ese esfuerzo y que, por lo tanto, dormiré por toda la eternidad”.

Con el corazón estrujado por la muerte de tantos amigos en las últimas semanas, envío mi abrazo solidario a Elena Romo, la abnegada esposa de Mauro, a sus hijos, a sus hermanos, a toda su familia. En las filas del periodismo deportivo independiente también hay dolor y más tarde habrá resignación ante el inevitable paso de la muerte. Pero podemos jurar que nunca habrá olvido para quien alumbró nuestro sendero con la luz de la pureza y la moralidad.

Después de todo el dolor sufrido, como escribió Óscar Wilde, “la muerte debe ser tan hermosa. Para yacer en la suave tierra marrón, con la hierba ondeando sobre la cabeza, y escuchar el silencio. No tener ayer ni mañana. Para olvidar el tiempo, para perdonar la vida, para estar en paz”. (O)