Qué ejemplo ha dado Perú en esta Copa América 2019. Contra todo pronóstico, especialmente después del tropezón (5-0) contra Brasil, recompuso las formas y hoy está en la final del torneo, dejando atrás a Uruguay, uno de los favoritos, y al bicampeón Chile.

La lealtad de los jugadores para con su divisa, el sentido del honor al vestir la camiseta albirroja, el compromiso moral hacia el país deportivo, la entrega sin renunciamientos, se unió al despertar de la memoria de un fútbol que fue grande en varios momentos de su historia y que dejó en el recuerdo a auténticos cracks como Lolo Fernández, Alejandro Manguera Villanueva, Valeriano López, Félix Titina Castillo, Vides Mosquera, Alberto Toto Terry.

 Y más cerca en el tiempo, Teófilo Cubillas, nuestro siempre admirado Pedro Perico León, Héctor Chumpitaz, Hugo Cholo Sotil y tantos otros nombres con los que podría llenar esta columna y, tal vez, toda una página de nuestro diario.

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Alcancé a ver mucho de esa era fabulosa que fue la de El Dorado colombiano en la que, sin exageraciones, se jugaba el mejor fútbol del mundo, según periodistas y escritores de todas las nacionalidades.  Por Guayaquil pasaron Millonarios, Santa Fe, Deportivo Cali, Boca Juniors de Cali, Cúcuta, América de Cali, Pereira y Universidad de Bogotá. Desde 1949, creada la División Mayor (Dimayor), al margen de la FIFA, grandes futbolistas convergieron hacia los equipos colombianos. Alfredo Di Stéfano, Adolfo Pedernera y Néstor Rossi encabezaron la época dorada que nunca se repetirá.

Por esos tiempos no solo se buscaban cracks argentinos o uruguayos. También llegaron peruanos, paraguayos, ecuatorianos, brasileños y unos cuantos europeos. Los peruanos dejaron un hermoso recuerdo.

En 1949 llegaron para Deportivo Cali  tres morenos que fueron leyenda: Guillermo Barbadillo, Valeriano López y Máximo Vides Mosquera, una tripleta de atacantes que pasó a la historia como el Rodillo Negro. Los acompañaron Víctor Passalacqua, Eliseo Morales, Luis   Salazar, Manuel Drago y Manuel García. Aquella escuadra recibió el sobrenombre de la Amenaza Verde.

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El América caleño siguió la línea e importó al  gran puntero derecho Félix Castillo, uno de los mejores futbolistas de la historia de los Diablos Rojos. Lo acompañaron Rigoberto Felandro, Eliseo Morales, Guillermo Marchena, Gerardo Arce, Alfredo Cavero Rafael Goyeneche, Gilberto Torres, Alejandro Patrullero González (en el Patria de nuestra ciudad jugó el uruguayo Hortensio González, al que la prensa porteña también bautizó como Patrullero) y Carlos Gómez Sánchez.

Independiente Medellín terminó el vaciamiento del balompié peruano llevando a la capital de Antioquia a un grupo de cracks con los que formó la inolvidable ‘Danza del Sol’  con Roberto Tito Drago y Segundo Titina Castillo a la cabeza,  dos eximios dribladores y tocadores del balón. A ellos los secundaron Reynaldo Perejil Luna, Agapito Perales, Félix Mina, René Rosasco, Juan Loco Castillo, Óscar Chino Herrera, Alberto Villanueva, Enrique Perales, Constantino Perales y Luis Caricho Guzmán. Toda una compañía de baile.

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Podemos seguir citando nombres y agitando nostalgias de quienes vivieron la era del viejo estadio Capwell y vieron a los peruanos. Después llegaron los mundialistas de México 1970 con Perico León y Orlando de la Torre, que estuvieron en nuestro Barcelona; Chumpitaz, Mifflin, Chale (que jugó en Universidad Católica, de Quito), Baylon, Sotil, Cubillas y Gallardo, que fueron sensación aunque cayeron en cuartos de final (4-2) ante el formidable Brasil de Pelé.

Los años siguientes –excepto el título de la Copa América, ganado en 1975– ya no fueron tan brillantes y hubo un tiempo -cercano el final del siglo XX e inicios del XXI- en que Perú no apareció más en las grandes ligas del fútbol mundial.

Así estaban las cosas cuando en febrero del 2015 los dirigentes peruanos decidieron apostar por un técnico argentino exitoso en su país y en el propio Perú, Ricardo Gareca, apodado el Tigre en su época de centrodelantero goleador. Conocido por su capacidad de conductor, serio, planificador, amante de la disciplina, le fue confiada a él la esperanza de todo el pueblo peruano: volver a ser protagonista de la fase final de un Mundial.

Gareca estaba libre luego de un paso poco feliz por Palmeiras. En las páginas de los diarios de Sudamérica se hablaba de él como un hombre dispuesto a asumir el comando de una selección.

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Las noticias llegaron a nuestro país, pero la Federación Ecuatoriana de Fútbol no se fijó en el argentino. Prefirieron a un ‘sabio’ de esquina, autocalificado como ‘maestro’ cada vez que se miraba al espejo para disfrazar su mediocridad: Gustavo Quinteros. Gareca costaba $ 70.000 mensuales. Quinteros cobraba $ 103.000.

Pero hubo dos inconvenientes. Uno, el exgoleador era un técnico formal, honorable, enemigo de los chanchullos, de las convocatorias de jugadores mediocres digitadas por los representantes para afianzar una venta futura y otros negocitos. Gareca era, y es, un profesional de conducta impecable. Y el otro obstáculo: el actual DT de Perú no sabía bailar y eso era una desventaja en un medio en el que los dirigentes de la FEF, en los tiempos de Luchito,  organizaban, semana de por medio, francachelas en las que se divertían haciendo bailar al técnico para disfrute propio y del ‘Círculo Rosa’ del periodismo subalterno y mendicante (tarrinero lo bautizó Mauro Velásquez).

Con esa mentalidad dirigencial regresó el Hernán Bolillo Gómez con su mensaje de perpetuo aprendizaje y una gran dosis de circo como terapia emocional para una tropa desmoralizada, apática, remilgona y sin ningún compromiso para con la camiseta tricolor. Eso sí, tal como su conductor, ávida de billetes verdes. Fue tanta la ganancia monetaria que, eliminados de la Copa, un grupo de tricolores organizó un festín en el que, según el periodista que hizo la denuncia, “hubo de todo”.

El técnico de la Selección peruana, al contrario de Gómez, no mencionó jamás la palabra “aprender”. ¿Habría tenido las agallas y el desparpajo insultante de decirles a Paolo Guerrero o Jefferson Farfán que estaban en Brasil para aprender y no para lograr algo importante? Gareca condujo un proceso serio desde el  2015, llevó a Perú al Mundial 2018 y hoy, 44 años después, instala a su combinado en una final ante Brasil.

Podrán acusarlo de no conocer las modernas técnicas de motivación que aconsejan la práctica de la rumba y la tecnocumbia para “levantar el ánimo de los jugadores”; de no poder mover los pies con la ligereza de un salsero antillano en medio de un entrenamiento; de no provocar una distensión  anímica (como decía mi amigo Enrique Gallegos Arends) durante una práctica con un cacho colorado, pero de que Gareca sabe conducir a un equipo e inyectarle moral y clase futbolera, nadie puede discutirlo.

Ahora la FEF no sabe qué hacer con el salsero Gómez, que presentó un informe diminuto en el que no dice nada de nada. Muy vivarachos los dirigentes de la FEF le tiran el paquete a la Comisión de Selecciones. Gómez se frota las manos. Podrían llegar a sus bolsillos más de $ 4 millones  si lo echan. Todo porque en el contrato el expresidente Carlos Villacís y sus abogados se olvidaron de incluir una cláusula de rescisión. Es que siempre los contratos en la FEF, y en algunos clubes, favorecen a los entrenadores y a los jugadores.

¿Será que pecan por inocentes o hay algo más? (O)